Era una vez un hombre que lentamente moría de tristeza, solo con sus pensamientos, solo con sus deseos. Pidió mil veces al cielo que alguien aliviara su soledad abrumadora, que lo acurrucara en la noche y brindara calor a su cuerpo. En la tibia brisa de verano, un día vio con lujúria a Angel que se mecía en el arcoiris del atardecer y deseó ser de aquel. Se acercó y descubrió una cabellera que cubría una espalda desnuda y unas alas enormes. La miró, se acercó y fue cambiando de claro a oscuro la expresión de su rostro. Admirando su belleza, también quería poseerla. Se acercó más y no pudo aguantar... tembló, sus manos arroparon las alas juguetonas de Angel, el más hermoso ser sobre la faz de la tierra.
La tierra tembló, el cielo se nubló, los árboles dejaron de mover sus hojas, el tiempo derramó sus últimos segundos... la vida se acabó...
- Ha caído un ángel - dijo la voz
- ¿Qué puedo hacer con él? - preguntó mezquino el hombre, esperando su respuesta, la que él quería oír...
- Andará a tu lado... se llamará Mujer.
Así los días y las noches ya no eran la misma cosa para el hombre. En los días se perdía en los ojos de Mujer, esos mismos que en las noches daban luz a sus más bellos sentimientos. Mujer es sinónimo de luz, de dar luz... de dar a luz...
Otro día, bañada de día Mujer caminó la infinidad que a su paso se extendía y miró todo a su alrededor. De pronto distinguió a Hombre tomando la manzana aquella por la que todos los días peleaba la voz... vió como sus dientes se clavaban en ella y el jugo de la fruta rodaba por su barba creciente. Se acercó y sonrió, no dijo una palabra, su compasión la abrumó mientras veía los ojos de su amado ardientes de temor.
- ¿Quién ha probado del manzano? - dijo de nuevo la voz.
Los dos se miraron y Mujer finalmente habló...
- He sido yo... el ángel caído que se enamoró.