Con los cinco sentidos en mi santuario
Casi un mes sin escribir, me pregunto por qué y sólo responde el silencio, sólo hay un hueco. Me encanta el azul del cielo porque en el me pierdo en mi pensamiento, me voy lejos. Acostada en la grama fresca con un sol encantador y tal vez una cuantas palomitas jugueteando en el aire sacan de mis labios una mueca que parece una sonrisa, sin prisa me recuesto, cierro los ojos y oigo mil voces... haz esto, haz lo otro, deja aquello, ya no me amas, fechas sin sentido, la vida pasa en un segundo.
Sin querer pensar, pensé y volví a la realidad... quiero volver a ese lugar, a la alfombra verde que hace cosquillas en mi espalda y juega con mi pelo. Miles de animalitos dando saltos mortales desde mi frente... qué divertido. Ahora llueve. Lentamente sin prisa voy rodando hasta un árbol, y ahí me siento con las piernas abrazadas, como queriendo que fuera una persona, esa persona, queriendo que fueras tú...
El olor de la lluvia penetra mi piel, se hace parte de mi ADN y brota desde dentro. Lo amo, quisiera que borráse el olor a cigarrillo que siempre me queda en el pelo, quisiera que desapareciera la tos y la falta de aire. El olor, ese olor a lluvia fresca, a yerba mojada y a un nuevo comienzo. Luego, el sonido del mar temblando en la bruma de cada ola, susurrando mis secretos y mis más preciados deseos... susurrándome, enamorándo mi herido corazón, haciéndolo suyo... y vienen y van... quiero que se queden y nunca desaparezcan de mi corazón esas mareas que permiten que siga latiendo, que siga sintiendo, aunque sea la dulce bruma... aquel leve remolino en mi cabeza... el sonido de su voz.